Elaine Martins Alabando en el Presidio

jueves, 5 de diciembre de 2013

Tener un hijo preso en el exterior REPORTAJE


La tragedia de Sonia Moreno comenzó el 23 de agosto del año 2005, cuando su hijo Darwin Alcides González Moreno, de 33 años, fue detenido por las autoridades de Trinidad y Tobago por estar supuestamente implicado en el secuestro de un policía, quien fue hallado maniatado en un pequeño rancho, lugar donde se encontraron armas y drogas.

La humilde mujer desconoce los datos exactos que encierran el expediente de su hijo y tres amigos más. No entiende con certeza qué ocurrió ese día que le impidió a Darwin regresar a su hogar, en Puerto Ordaz, a cantarle cumpleaños a su abuela. Solo sabe que ya hoy lleva cinco años sin verlo y ocho años sin abrazarlo.

Entre llanto afirma “no tengo dinero para verlo”. Desconoce cuándo será la próxima oportunidad que tome una rústica embarcación con destino a las playas trinitarias para volver a escuchar y ver a uno de sus hijos mayores.
“Ya ni pregunto cuánto cuesta para allá el pasaje, para qué hacerme ilusiones si sé que no puedo viajar”, dice desconsolada, mientras trata de tomar un segundo aire para continuar su relato.
Hasta los momentos su enlace con Darwin es a través de teléfonos que el hombre logra conseguir en la cárcel. Se mandan mensajes regularmente, en los que él le cuenta el infierno que vive a miles de kilómetros de su familia, mientras ella esconde el dolor que sufre por no tenerlo cerca.

Una joven “amiga, de una amiga, de una amiga” —que vive en Trinidad— también lo visita de forma regular, y la mamá de uno de los amigos implicados en el mismo caso viaja con cierta frecuencia. “Ella es abogada y tiene a una hija en Estados Unidos que siempre le manda dinero y la ayuda. Mis hijos también me ayudan, pero no nos alcanza, yo solo tengo mi pensión”, relata la mujer con cierto tono de amargura.

Antes del 23 de agosto de 2005 Darwin González era un estudiante de ingeniería de sistemas, que había dejado su nicho natal para trasladarse a Caracas a cursar estudios superiores. En la ciudad capital vivía con un compañero y en ocasiones hacían mudanzas con un camioncito para rebuscarse un ingreso.

Justamente eso fue lo último que hizo en Venezuela. Un tío del hombre le indicó que una vecina quería una mudanza hasta Güiria, en el estado Sucre. Darwin se fue con su amigo Freddy Antonio García Muñoz a realizar la diligencia. Sin embargo, los dos hombres más nunca regresaron. Los familiares desconocen cómo llegaron hasta aguas de Trinidad y Tobago y quedaron presos.
Sonia en medio de su desesperación, sin información adecuada y con el desconocimiento absoluto de estos casos debió esperar dos años para ver por primera vez a su hijo, luego de su detención. Recuerda con horror el viaje, aunque los 60 minutos que pudo compartir con Darwin —a través de un vidrio— borraron cualquier mala experiencia.

La enfermera jubilada cuenta que tomó la embarcación con su nuera. “¡Yo que le tengo tanto pánico al agua y tuve que montarme en la lancha!”, exclama la mujer. El viaje duró casi nueve horas. Llegaron a Trinidad cerca de las 10:00 de la noche. La “amiga, de la amiga, de la amiga”, que tiene a su papá preso en la misma cárcel, esperaba a las dos mujeres. En esa ocasión solo el pasaje ida y vuelta costó un millón 200 mil bolívares, de los de antes.

“Nos llevó a una casa horrible, donde habían muchos animales raros, no había agua, la gente tenía mal aspecto y para llegar allí tuvimos que bajar por un cerro como los de Caracas, bajamos muchísimo, hasta me caí. Esa experiencia fue terrible. Pasamos toda la noche sentadas en una colchoneta en el piso, ni siquiera nos pudimos bañar”, explica Sonia al recordar su primera travesía. Era la primera vez que salía del país.

Al día siguiente, lograron cambiar de lugar y pagaron un hotel que les costó 800 dólares por una semana. La enfermera, hoy residenciada en Maracay, explica que todo en Trinidad es carísimo, la comida, el hospedaje y uno de los principales problemas de viajar por mar es que la embarcación sale los días miércoles y regresa a Güiria los jueves; por lo tanto, te toca esperar una semana para poder volver, lo que encarece aún más la estadía.

Tuvo que esperar un día para ver a su hijo. Cuando por fin se dio el encuentro se debió conformar con una conversación a través de un teléfono y un vidrio. “Por más que me cansé de rogarle a la custodia que me dejara abrazarlo, no me dejó, solo me concedió cinco minutos en la visita, en lugar de 10 minutos me dejó 15”.

Durante ese tiempo hizo “de tripas corazón” para no llorar frente a Darwin, mostrarle sonrisas en lugar de lágrimas. “Me porté como una macha. No lloré, le sonreí, le hablé, no le demostré que estaba sufriendo. Pero apenas le di la espalda a la cárcel reventé en llanto, hasta que logramos agarrar un taxi”, dice la mujer mientras cuenta los días para volver a ver a su hijo, quien lleva ya ocho años preso sin condena, “ante la mirada inerte de las autoridades venezolanas, que no propician la ayuda legal a los nacionales detenidos en este país”, denuncia la mamá de González.
De hecho, hace cuatro años los cuatro detenidos hicieron una huelga de hambre exigiendo que las autoridades del consulado venezolano se pronunciaran al respecto de su detención y les brindaran la adecuada asistencia jurídica, ya que hasta ese momento ni siquiera habían sido llevados a juicio.Hoy, uno solo ha sido condenado.

Moreno explica que en el mismo caso cayeron detenidos dos hombres más, un holandés y un colombiano, ella no sabe quiénes son ni qué vinculación tienen, solo sabe que no llegaron a cumplir el primer año en prisión, luego de pagar cada uno 200 mil dólares, mientras tanto su hijo sigue esperando juicio, un juicio que aparentemente ni siquiera está cerca, después de ocho años de prisión.

En este tiempo Sonia ha hecho la misma travesía solo en dos ocasiones. Las dos en el año 2007. La primera en agosto y la segunda en octubre a pagarle los honorarios a una abogada que contrataron para que sacara a su hijo de la cárcel; no obstante, no logró nada. A la abogada se le entregaron 600 mil dólares y todas las esperanzas de la familia.
“Quedé en la calle, vendí mi casa, mi hija vendió su carro, mi mamá también vendió sus cosas. Todo lo fuimos vendiendo poco a poco. Hoy vivo alquilada en un anexo de tres metros cuadrados, en Maracay, estoy enferma. Mi vida no ha sido fácil. Trabajé 26 años en Puerto Ordaz, en todos los sitios posibles para que mis hijos no pasaran necesidades. Hoy solo deseo tener a mi hijo cerca”, ruega la mujer entre llantos nuevamente.
En todo este tiempo no han sido pocas las diligencias realizadas por la enfermera para lograr la libertad o el traslado de su hijo hasta Venezuela. Desde Puerto Ordaz viajó en varias ocasiones a Caracas, a instalarse en Miraflores, en donde llegó a dormir en la calle a la espera de ser atendida por el presidente Hugo Chávez, rogó en la Cancillería, pero sus llantos no han sido escuchados por las autoridades. Solo quiere que Darwin cumpla su condena en una cárcel nacional, para ella poder abrazarlo y besarlo muchas más veces de las que ha hecho hasta ahora.
“¿Qué debo hacer?”, pregunta ya desorientada. No sabe qué puerta tocar, a dónde acudir. No tiene recursos pero sí la entereza de seguir pidiendo, de seguir molestando, de seguir exigiendo la repatriación de su hijo. La vida le dio cinco hijos, la violencia le quitó uno hace 13 años en Puerto Ordaz y no está dispuesta a perder a otro.
“Nos cansamos de pedirle al presidente Chávez. De Miraflores nos mandaron a Exteriores, ya hemos ido cinco veces, somos un grupo de madres que tenemos a nuestros hijos presos allá por distintos delitos, que no hemos conseguido las formas para que nos escuchen. Nos engañaron todas las veces. Hasta firmas hemos recogido”, explica Sonia su peregrinaje.
Los mensajes que llegan de Trinidad no son alentadores, incendio en la cárcel ante reyertas de los presos, maltrato por parte de los custodios por un hecho irregular que terminó con la muerte de un policía a las afueras de la prisión, lo que condujo a medidas extremas que implican una comida diaria a los presos, prohibición de salida al patio y mayores castigos.
A los extranjeros los tratan mal, los tratan peor que a los otros presos. Ellos tuvieron que aprender a hablar inglés para que les pudieran atender, han vivido un infierno y el consulado no hace nada, no les importa, no tenemos cómo pagar otro abogado, ya no tenemos nada, y pasan los días y no ocurre nada, no los enjuician, no los condenan, solo siguen presos sin derechos, sin que sus familias los puedan ver”.

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