El mensaje central de la Biblia
Juan 3:16
Me encontraba en la habitación del hotel en Caracas, disfrutando mi tiempo devocional. Tres semanas antes había compartido algunas reflexiones con un grupo de familiares de mi amigo Hebert Gil, pero las últimas dos semanas, aunque me invitaron, no les había acompañado. Entonces Dios me habló.
Con sentido de urgencia mi Padre me pidió que fuese a Juan 3:16, yo podía haberlo repetido de memoria en voz alta, pero la indicación fue “léelo lentamente”. ¿Qué novedoso podría ser aquel pasaje? Recordé el sentimiento que tuve cuando una empresa me invitó a revisar los datos del campo Mene Grande. ¿Qué podría yo agregar a un campo estudiado y producido durante casi 100 años? Pero esta vez era distinto, Dios quería mostrarme 4 cosas fundamentales que yo necesitaba saber y compartir.
Una tentación sutil al maestro, al predicador, a cualquier expositor, es la de escoger pasajes en los cuales pueda mostrar su erudición o capacidad de discernimiento, lucirse. Sutil y peligrosa tentación, que puede ser la ruina de un maestro. Por eso cuando mi Padre me señaló Juan 3:16 dudé por un momento pero entonces, para mi fortuna, obedecí. Leí la porción Juan 3:1-21, y el Padre me mostró su interpretación. Deseo compartírtela.
El momento: Jesús ya había proclamado que “el reino de los cielos se ha acercado”, con una predicación acompañada de señales y prodigios que le habían dado fama en Israel. Es entonces cuando el maestro Nicodemo, anciano maestro y miembro del sanedrín, viene de noche, en secreto, a visitar a Jesús.
Nacer de nuevo: mientras Nicodemo vino hablando de señales y milagros, Jesús le detiene diciéndole “si no naces de nuevo no entrarás en el reino de los cielos”. El anciano no entendió lo de nacer de nuevo, y Jesús le dice algo que tocó también mi corazón: “¿Eres tú el maestro de Israel y no sabes esto?”. Me di cuenta que Dios me estaba hablando también a mí, que he sido maestro por tanto tiempo, y sin embargo -con frecuencia- actúo como si olvidara que la entrada al reino de Dios no se trata de investigación y exegesis teológica, sino de un nuevo nacimiento.
Los 4 verbos: con esa campanada en mi espíritu, procedí a leer Juan 3:16, y entonces los vi, mi Padre los mostró: los 4 verbos que constituyen el fundamento mismo de la gracia. Comencé a ver porque ese bendito texto ha sido tan amado y compartido por la familia de Dios a lo largo de su existencia. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito, para que todo aquel que en El cree no se pierda, sino tenga vida eterna.
Amar: es el primer verbo que Dios menciona en 3:16. Pues ciertamente la obra de Dios inicia por su amor. La creación y la salvación son causadas por el amor de Dios hacia nosotros. Amar no es esa mezcla de emociones que nos embargan y trastornan, sino la acción de Dios a nuestro favor, para crearnos, para hacernos semejantes a El, e incluso para rescatarnos de nuestra caída por causa del pecado. Mirad cuán grande amor nos ha dado el Padre, que nos ha hecho sus hijos. El corazón de toda predicación, toda enseñanza, debe estar impregnado de amor, el amor de Dios.
Dar: Dios nos dio lo mejor, lo perfecto, nos dio a Jesús, el hijo. Aleluya. En lugar de dar como yo he hecho muchas veces, lo que me sobra, Dios ha dado lo mejor de sí mismo para rescatarnos. Si el amor es la rama el dar es el fruto, la clave para comenzar a percibir el gran amor de Dios está en mirar el acto espontaneo y desprendido de darse en sacrificio a sí mismo en la persona del hijo.
Creer: los dos primeros verbos corresponden a la acción de Dios, pero el tercero y cuarto verbo dependen de nosotros. Creer en este pasaje no es un creer en “dos más dos es cuatro” o creer que la tierra es esférica. Creer implica en primer lugar poner mi confianza en Jesús. Se cuenta la anécdota del acróbata que antes de cruzar caminando con una vara sobre un cable unas cataratas, preguntó cuantos creían que podría hacerlo. Hubo silencio. Pero luego de haberla cruzado de ida y vuelta la gente deliraba aplaudiendo, entonces volvió a preguntar si creían que podría cruzar con una silla en sus manos, y muchos afirmaron creerlo. Entonces pidió un voluntario que se sentara en la silla y cruzara con el…nadie aceptó el llamado. Me parece que muchas veces así es como yo he creído en Jesús: con dudas, sin riesgos, sin compromiso. En segundo lugar, necesito creer que Jesús me ama, pues el contexto del pasaje se centra en el amor de Dios. A los hombres y mujeres de este tiempo parece que nos cuesta dejarnos amar de Dios. ¿Alguna vez has querido abrazar a un hijo u otra persona amada y notas resistencia o incomodidad? ¿Verdad que eso duele? Dios desea abrazarnos, mostrarnos su amor, pero nos cuesta creer que en verdad nos ama porque estamos acostumbrados al lenguaje legalista de “como me va a amar Dios siendo como soy”. El pasaje dice que “amó Dios al MUNDO”. Creamos que nos ama, al punto de dar su vida por nosotros. El ha prometido que “aunque mi padre y madre me abandonaran, El nunca me dejará”. Oh cuanto me ama el Señor.
Vivir: el pasaje termina diciendo “tenga vida eterna”. Hemos sido creados para vivir, plena y abundantemente. El pecado nos ha robado el gozo de una vida plena, pero Jesús vino para devolvernos al estado en que originalmente fuimos creados. Para el mundo cuando Jesús llega a la vida de alguien es un aguafiestas, pero es todo lo contrario, comenzamos a disfrutar una vida real, genuina, por todo lo alto, cuando Jesús llega a nuestro corazón. Una vida en las alturas de salud emocional y espiritual solo es posible con Cristo en nuestro corazón.
Deseo terminar esta reflexión compartiéndote algo más, algo personal. Cuando llegaba el día en que compartiría este pasaje aun no tenía el título. Sin ansiedad le pregunte a Dios ¿Cómo lo llamamos Padre? No necesito lucirme ni busco el reconocimiento, este es un pasaje muy nombrado, pero es tuyo Padre y quiero que seas tú quien sea aplaudido. Entonces vino a mi mente “El mensaje central de mi palabra”. Cierto Padre, es TU palabra. Recordé los tiempos antes del internet y el chat, cuando una carta llegaba al hijo distante desde casa. Las noticias y los buenos deseos llenaban páginas y páginas, pero los ojos se quedaban prendados de la frase que destacaba entre todas “te amo”. Esa frase hacia que valiera la pena el largo recorrido del mensajero.
Padre, te alabo por el amor con que me has amado desde antes que el mundo existiera, porque diste lo mejor, te diste a ti mismo en Jesús para salvarme. Gracias porque puedo poner toda mi confianza en ti, te pido que me sustentes en tus manos cuando mi fe se debilite, creo que me amas, y te alabo por la vida que me has dado. Enséñame cada día a disfrutar y tener plenitud, conforme a tu deseo para mi vida. Gracias Padre, porque el mensaje central de tu palabra es tu amor, gracias porque ese amor es para mí, y porque puedo compartir el mensaje de Juan 3:16.