Elaine Martins Alabando en el Presidio

martes, 14 de febrero de 2012

INTERNACIONALES: El 'robinson' de la cárcel


            El 'robinson' de la cárcel 

  El 'robinson' de la cárcel

Imagen de Stephen Slevin en la actualidad (izquierda) y de él mismo cuando estaba en la prisión de Doña Ana (Nuevo México).
Tal vez la imagen de los horrores de la cárcel sea un tipo arrancándose los dientes podridos por no soportar el dolor de la infección de su boca, sin el tratamiento de un dentista, abandonado, loco, gruñendo su desgracia en una mísera celda, solo en el sentido más amplio de la palabra. Esto le ocurrió en 2005 a Stephen Slevin, un hombre de 58 años de Nuevo México al que a principios de mes el sistema judicial de los Estados Unidos indemnizó con 22 millones de dólares, uno por cada mes que pasó por error en una celda de confinamiento del condado de Doña Ana, al sur del estado.
La vida ya se había empezado a torcer para Slevin en 2005, tanto como para sufrir de depresión y darse a la bebida. Terminó por hundir su biografía la noche en la que una patrulla de la policía del condado lo paró en la cuneta y lo detuvo por conducir bajo los efectos del alcohol un coche que, según él, le habían prestado. Un coche robado, dijeron. En ese momento, pasó a vivir a la sombra, a la espera de un juicio, pero el Sistema Federal Penitenciario de los EE UU le iba a enseñar su cara más despiadada.
A la entrada de la cárcel, la fotografía del preso era muy distinta a la que mostraba el día que recuperó la libertad 22 meses después, dos años que se hicieron una eternidad en las condiciones en las que vivió en la cárcel antes de ser liberado y exculpado. Si se comparan las dos tomas, cabe preguntarse cómo un tipo en la cincuentena con mala cara puede convertirse en un asceta, en la imagen misma del abandono.
Si se sabe todo lo que pasó tras los barrotes, se comprende la dejadez. Una vez dentro de la cárcel, el sistema decidió que dado su estado psíquico convenía internarle en una celda de confinamiento, un régimen por el que el reo pasa en su celda 23 horas al día. La hora que le queda, puede salir al patio, pero durante todo el día, está solo. No mantiene más contacto que con los funcionarios de la prisión. Slevin estaba absolutamente aislado y se hundió en el pozo de la soledad.
Se olvidaron literalmente de él. Según la sentencia del juicio que le ha dado la razón frente al sistema penitenciario, carecía absolutamente de higiene personal. Le crecieron la barba y el pelo como a los náufragos. También las uñas de los pies, que de no cortarlas se le fueron enrollando sobre los dedos y se le abrieron llagas de pasar tanto tiempo en la misma posición. En un ataque de dolor de muelas, él mismo se arrancó un diente. Según el abogado de Slevin, Matthew Coyte, se le negó cualquier asistencia médica y psicológica, más allá de atiborrarlo a sedantes.
Un hombre destruido
El relato del reo es aterrador. «Los oficiales pasaban a mi lado continuamente viendo cómo me deterioraba, día a día, y nadie hizo nada para ayudarme. Tenía miedo a todo, miedo a cerrar los ojos», cuenta el demandante, que perdió un tercio de su peso durante los dos años en los que estuvo recluido. El resultado de la celda de confinamiento (considerada como tortura por Matthew Coyte) es un hombre deshecho entre delirios y paranoia, alguien más loco aún del que 22 meses antes había entrado por la puerta de la prisión.
La cordura tardó cinco años en ganar la batalla. Stephen no se ha curado, pero es algo más rico, pues él y su abogado le han plantado cara a las instituciones penitenciarias por prácticas cercanas a la tortura, por olvidarse de él y por negarle atención médica. Según ha contado la cadena CNN, la parte contraria les ofreció dos millones de dólares por olvidarse del asunto, pero quisieron ir más allá y la sentencia considera que se merece 22 millones de dólares de indemnización, una de las más altas de las que se han dado en EE UU. Después de ver su imagen en los informativos, nadie diría que le ha valido la pena.

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