La Cárcel Nacional de Maracaibo fue fundada en 1958, pero vivió su peor época durante los últimos cinco años, por el auge de los prames, la extorsión y las balaceras. Hoy comienza una nueva etapa para los habitantes de los barrios Libertad, San Pedro y Las Malvinas
Mucho tiempo dormí junto al "Mocho Edwin". Años viví a su lado y aprendí a adivinar sus estados de ánimo, su temperamento, sus planes, por la intensidad de las ráfagas de plomo que surcan el cielo día y noche. Pero lo más terrible es que aprendí a tenerle miedo, aun sin conocerlo, solo por ser una más de sus vecinas anónimas, una más de los cientos de habitantes de los barrios lindantes a la Cárcel Nacional de Maracaibo o Sabaneta, a secas, como se le nombra en la intimidad.
Hace poco me enteré de que el "Mocho" se llama Edwin Soto y que tiene 30 años. Pero hace largo rato que las rumbas de fin de semana aderezaban el insomne temor de los tiroteos al filo de la madrugada. Aún recuerdo en mayo el cumpleaños de “Pepito”. Como es tradición, en la cárcel le rindieron “honores”; hubo fuegos artificiales, música y licor durante todo el día. Al atardecer sonaron los disparos que anunciaban el “broche de oro” de la celebración. Esa noche una bala fría casi me mata.
En el barrio no se conoció personalmente a “Pepito”, al “Mocho”, al “Ric” o al resto de los reos que vivieron en La Modelo, pero se supo de su vida, de sus alegrías y descontentos, porque el muro de tres kilómetros de largo por tres metros de ancho que separa a la cárcel de las comunidades adyacentes no fue suficiente para contener el rumor de los festejos. Pero sobre todo, esas paredes que se levantaron hace más de 20 años no fueron obstáculo para los cientos de balas que se dispararon cada semana.
Cierto que la “situación” no comenzó ayer. La cárcel es más antigua que cualquiera de sus vecinos más viejos, porque el recinto se construyó hace 55 años y luego se fundaron los barrios aledaños. Pero antes un tiroteo era un suceso novedoso que la gente presenciaba desde la acera y con una merienda en la mano. En las requisas más exhaustivas se decomisaban chuzos hechos con trozos de metal y algún revolver y los enfrentamientos que culminaban en masacre sucedían "una vez al año”.
Pero en los últimos tiempos los tiroteos tenían su tipo y frecuencia. Como los sigilosos de la madrugada, dos o tres disparos y luego el silencio, o las ráfagas de los domingos en la noche que marcaban el cierre de las fiestas. Así la novedad se transformó en miedo y el asombro en cotidianidad, en un día a día demasiado peligroso.
La cárcel somos todos
Cada vez más, Sabaneta se convirtió en parte del colectivo. Como cuando los del “carro” se asomaban a la cerca de alambre para pedir en los puestos cercanos la cena sabatina de los prames. “Date ahí y los preparáis bien porque son pal 'Mocho'”, y los pollos, las arepas o las hamburguesas se acomodaban de dos en dos en bolsas plásticas hasta completar 15 o 20 piezas, botín que pasaba inadvertido por debajo de la cerca, sin el atropello de la requisa. “¡Ah!, y me ponéis dos cuarticos aparte pa’ los guardias”.
Se hizo costumbre también ver la mutación de la “visita”. Ya no eran tantas las señoras ajadas y tristes, como las que reseñó Leda Santodomingo en su reportaje de 1994; últimamente abundaban las hermosas jóvenes ataviadas con pantalones ajustados, shorts, escotes y altos tacones. Unas hasta con orejitas de conejo a la mejor usanza de las chicas Playboy. Se volvió cotidiano también escuchar los conciertos en vivo, los mariachis y las minitecas y ver a Sabaneta de puertas abiertas para todo aquel que tuviera salvoconducto de algún pram. Pero lo peor fue que se transformó en rutina barrer los proyectiles arrugados, como frutas podridas, en los patios de las casas. Y los niños, esos que antes querían ser policías y bomberos, quisieron ser delincuentes y prames.
Hace días la cosa cambió. Luego del caos, la masacre, los gritos y el llanto, Sabaneta amaneció silente, con una extraña y sospechosa tranquilidad. En el barrio algunos familiares de reos aún deambulan por las calles desiertas y atestadas de basura. La comunidad, los vecinos del infierno amanecieron con dudas, sin reconocer por completo la realidad vivida. ¿Desalojaron? ¿Se fueron los presos?, preguntó alguien al pasar. La respuesta cayó certera, como cualquier otro de los proyectiles percutados durante los últimos 50 años: “Se fueron estos, pero ya vendrán otros… a lo mejor peores”.
En cifras
La Cárcel Nacional de Maracaibo fue fundada en 1958 con capacidad para 800 reclusos. Durante dos días se han evacuado más de tres mil reos.
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