En el barrio Libertad y sus alrededores, la muerte de Adrián Anderson Guerra García es el ejemplo de lo que sucedería con la población adolescente que rodea la cárcel de Sabaneta. El muchacho tenía 14 años cuando, después de un tropiezo con algunos presos de Máxima comenzó a lanzarle pelotas de droga desde el exterior hasta el penal. Un día, el 24 de enero de 2008, cumplió el último pedido carcelario: un militar le disparó un balazo que lo mató de forma instantánea.
Ese recuerdo genera temor y lástima entre los pobladores. El joven era el mayor de dos hermanos y, junto con su familia, se acostumbró al ayuno obligado. Lo que ganaba su madre como doméstica momentánea no alcanzaba para comer. Cuando descubrió que podía tener dinero fácil gracias a los líderes criminales, dejó los estudios para llevar comida a su mesa. Cuando lo mataron, Ada aseguró que la Guardia Nacional no consiguió nada entre sus manos. Luego murió ella, de tristeza, según quienes la conocían. También de hambre.
Los niños de esos barrios quieren ser “pram” cuando crezcan. O, al menos, quieren tener lo que ellos tienen: dinero, poder y libertad. Pese a estar presos, tienen libertad. Los escolares están en las cuatro paredes de un colegio, bajo la dictadura del sueldo mínimo y con la opresión materna para terminar la escuela.
En abril pasado durante Semana Santa, cuando unos desconocidos entraron al colegio Egidio Montesinos y se llevaron varias computadoras. Cuando iniciaron las clases, los mismos estudiantes residentes de los barrios cercanos, informaron al personal docentes que los ladrones fueron estudiantes menores de 10 años que dicen tener contacto con los líderes de Sabaneta. También amenazan a las maestras con la visita de algunos de sus familiares hampones en caso de algún reclamo. Ellos, gracias al temor de los docentes, se convierten poco a poco en los “prames” del colegio.
El último censo del consejo comunal más cercano asegura que en el barrio José Gregorio Hernández existen 180 niños. De ellos todos estudian, pero tienen roces directos con la cárcel de Sabaneta. Algunos crean bandas que, aunque no atacan a los vecinos, sí facilitan las cosas a los presos a través de la pelota.
Una mujer que reside cerca explica que la pelota dejó de ser un juego inocente para convertirse en un dialecto callejero. Adrián lanzaba y recibía los pequeños alijos solo al lanzarlo con fuerza para sobrepasar los cinco metros del muro de cemento. Allí había droga para que el niño la distribuyera. O también lanzaba el dinero que recibía por la droga.
Ya muerto el adolescente, son muchos los vecinos que hacen el mismo trabajo; algunos, cuenta la mujer entre dientes, bajo la aprobación de los familiares.
“Ya ellos amenazan y nadie habla porque además de hacer amistades con los prames, también tienen familiares presos”.
El Especialista
Hace más de 20 años –o actualmente en sociedad no contaminadas-, un héroe ficticio con súperpoderes sobrenaturales era el ejemplo de todo niño. Querían ser tan fuertes, tener los mismos músculos y combatir el mal. El psicólogo Édgar Sánchez, explica cómo se sustituyó a Superman por los líderes criminales.
“Ellos ven que los prames son invencibles: pueden matar sin castigo, tener mucho dinero y comprar lo que quieren, gozan de adulaciones y todo eso lo capta el niño. Considera el hecho como positivo y es cuando se da lo que se llama modelamiento”.
Considera la situación grave, que se refuerza a través de muchos medios, incluso de comunicación. Pero básicamente por los comentarios que escuchan en las calles, con sus familiares. Incluso, advierte, cuando se trata de algo negativo. Es decir, cuando un niño escucha que alguien cometió un delito y no le pasó nada envía un mensaje directo.
En los niños de San Pedro, Libertad, Kennedy y otros es aún más grave el problema, porque lo que ellos se escuchan lo pueden confirmar al ver el temor que se tiene a los líderes carcelarios y también son testigos de cómo, por el hecho de ser “malos”, tienen mucho dinero.
180 niños viven en el barrio José Gregorio Hernández
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