Elaine Martins Alabando en el Presidio

martes, 29 de enero de 2013

FOTOS: Conoce cómo viven los procesados en el retén El Marite


No se trata de un hotel, pero, junto con llegar, los detenidos pagan una tarifa. Cada pabellón tiene su precio, sus condiciones y hasta algunos privilegios. Allí no hay lujos. La decoración está desgastada y esculpida en óxido. La luz, más que tenue, es mínima por el detrimento y la escasez de los faroles. Los pasillos, solitarios, conducen a una especie de túneles que finalizan en los patios.
Se llama Centro de Arrestos y Detenciones Preventivas El Marite y sus huéspedes son “visitantes” de temporadas que, en la actualidad, se extienden hasta por tres años, por el avance del sistema de justicia.
Los detenidos deciden en qué lugar se hospedarán entre los muros de aquella edificación, que data del 11 de octubre de 1988, cuando fue inaugurado.
—“Yo vengo para el pabellón B’, ‘A mí me metéis en el A’. Ellos llegan aquí, hacen el ‘check in’ y deciden dónde van a estar”, explica un funcionario del lugar.
En las instalaciones —de acuerdo con la nueva directora, Meira Guerrero— no existe un proceso de clasificación como el que rige la ley respecto con la reclusión de los internos. “Aquí ellos se autoclasifican”, asegura.
Para quienes nunca han tenido acceso, caminar entre los muros de El Marite es como un recorrido de terror.
“Caída la tarde o muy temprano en la mañana aparece ‘La Cocinera’. Lleva un harapiento vestido negro y sus cabellos largos solo dan señas de un visaje, que va desde la cocina y sube rápidamente las escaleras que llevan hacia el caracol”, cuenta, en tono serio, un anciano que desempeña las labores de obrero en el edificio verde con beige, y que viene de trabajar en el antiguo retén de Bella Vista.
Pero lo tenebroso de recorrer “El Marite” va más allá de ver a la mujer que se pasea en el aire con su traje negro. Más que a la muerta, los internos le temen a los “vivos”. Le temen a la ley del más fuerte, al castigo. Le temen a las balas.
“Bienvenidos a PA (pabellón A) y PB (pabellón B)”, indica un grafitti con dos flechas en contraposición. Justo al lado del B, está el C. Todos tienen como salida inmediata el área del comedor.
Sea cual sea el camino, a diestra o siniestra, unas rampas con destino a un sótano, con poca iluminación y separado por rejas, con gruesas cadenas y enormes candados, aproximan a los visitantes a una realidad paupérrima.
Una pared pintada en tono naranja resalta al final. Dos puertas están prácticamente selladas, están cerradas por fuera y por dentro también tienen un refuerzo de seguridad. En la parte superior se dibuja un carro y se lee: “Pabellón C Los Vergatarios”.
“Ahí no manda ni el gobernador, ni el Presidente. En esos pabellones, las autoridades tocan la puerta y pueden abrir los candados de la parte externa, pero son los pranes los que deciden quién entra y quién sale”, comenta un recluso del centro.
“Debe ingresar una persona que cumple la función de interlocutor entre la dirección y estos ‘comandantes’. Les explica quiénes les solicita, y ellos aprueban o desaprueban la solicitud”, agrega.
“Una vez puertas adentro, en esos patios, construidos en forma circular y conformados a su vez por 15 cuadrillas, es donde se concentra la mayor parte de la población. Se ingresa a un ambiente de vicio, de ocio, de humillación y de presión”, describe un interno.
— “Aquí nadie tiene voz, ni voto. En El Marite manda el hampa. Desde el momento en que entras comienza el ‘matraqueo’ y más aún si no conoces a alguien adentro. El pabellón A es el más costoso. Ahí se paga, semanalmente, desde 12 mil bolívares fuertes en adelante. Con esa cuota tienes derecho a celular y otros privilegios. En el B y el C todos pagan ‘el obligaíto’, que oscila entre 230 y 250 bolívares por semana. El dinero lo manejan los ‘jefes de la pólvora”, precisa otro privado.
“Lo usan para comprar el hielo, el agua y otros gastos que se deban realizar en mejora del pabellón. El ‘obligaíto’ —continúa el reo— es una tarifa fija que no tiene que ver con otros pagos. Cuando no hay visita que te traiga la comida o cuando el retén no la suministra, aquí tienes dónde comprarla. Está ‘Choro Burguers’ para quienes prefieren la chatarra y también venden parrillas. Todo a precios elevados y con permisos del jefe y su grupo de celadores”.
En los patios se respira un fuerte olor a plantas quemadas. “Aquí juega marullo la marihuana. El detenido debe comprar droga aunque no la consuma. Este es un ambiente de manipulación y chantaje”, dice otro reo.
“Aquí el único delito que se paga es la pobreza. Quienes no tienen para cubrir los gastos de estar tras las rejas pasan a formar parte del grupo de ‘fritos’ o ‘friticos’, como les llaman. Ellos están sometidos a una severa esclavitud. Deben limpiar, lavar, cocinar y servirles, a tiempo completo, a los pranes, a sus vigilantes y a sus luceros. No son hombres de su confianza, solo son personal de servicio”, explica el interno.
El día dentro de los pabellones transcurre con lentitud. Por las mañanas los 625 reclusos del C deben dedicarse al aseo de las cuadras. Sacan a diario, al menos, 80 bolsas de basura. El patio parece una feria. Todos están fuera de las celdas. La ropa, las sábanas y las colchonetas las extienden en los techos y hasta en el piso. Unos reclusos logran sentarse en sillas, otros descansan en el suelo y otros permanecen de pie. Hay hombres que pasan las tardes jugando cartas, unos juegan dominó y otros se dedican a esculpir sus cuerpos en unas máquinas de ejercicio.
La hora del almuerzo —cuando lo suministran— ubica a los reclusos en largos mesones con asientos, ambos labrados en piedra. Cuentan los reclusos que algunos de los detenidos deben atender a los comensales.
José Miguel Coletta, quien mantuvo una sanción por un tribunal de control, fue uno los que debió cumplir en algún momento con este “requirimiento” de la población penal.
—“A mí que me la traiga Schumacher que ése sí vuela” —bromeaban los reclusos cada vez que el ingeniero civil y expiloto de autos les servía.
Por las noches ya todos deben estar sobre “las piedras”. Así le llaman a las literas de concreto. Hay hasta seis dormitorios de este tipo en las cinco habitaciones que componen cada una de las 15 cuadrillas.
“Son como 450 piedras —en promedio—, el resto de los internos dormimos en colchonetas que se sacan a los pasillos”, comentan los detenidos.
“El único secreto bien guardado en los patios es el escondite de las armas. Solo lo saben ‘los duros’, sus testaferros y sus lugartenientes. Ellos —comentó una fuente del recinto— son los que saben de qué manera las ingresan, quiénes las meten, en qué momento, cuánto pagan por ellas y dónde las guardan. Todos nos hacemos los locos ante esa situación”.
“Este es un submundo. Los pranes han constituido su propio gobierno. Son los cabecillas de una organización criminal bien estructurada que trasciende los límites de un reclusorio y que opera hasta en la parte externa con sus soldados. Todos obedecen a un orden jerárquico. Hay normas y leyes que acatar. Tienen voz de mando y población. Solo les falta territorio y certificación internacional para convertirse en un Estado”, explica un abogado penalista.
“Estamos frente a la delincuencia organizada y armada —plantea el defensor privado, experto en criminalística—. Lo más insólito de esta situación son las sociedades que conforman estos personajes. Ellos operan con sus socios de la cárcel de Sabaneta”.
La presencia de Coletta en el recinto penitenciario no se limitaba a las bromas, más bien era aprovechada tanto por los comandantes de pabellones como por los mismos funcionarios corruptos. El piloto venezolano con ascendencia italiana también pagaba su cuota para minimizar las amenazas en su contra.
“Se bajaba de la mula con 30 mil bolívares semanales para que no lo mataran, como le decían”, cuenta una fuente del centro penitenciario.
“No es un secreto de este retén. En todos los penales de Venezuela se ha instaurado la figura del pram o líder negativo. Es un modelo de cabecilla importado de Puerto Rico, en este siglo”, interviene Omar Rojas Fermín, quien funge como subdirector del centro.
Hay pabellones y áreas donde aún las autoridades mantienen el control. Allí los reos no tienen líderes, o más bien, como los mismos internos lo expresan, su único líder es el “Señor Jesucristo”.
Ellos, 14 hombres cristianos, con creencias fundamentadas en ideologías católicas, evangélicas, de los testigos de Jehová, los mormones y otras tendencias; no comparten un mismo credo, pero sí el mismo pedazo de techo.
Por razones que la directiva actual desconoce están alojados en una habitación aledaña a un angosto pasillo, en la que deben dormir los efectivos que cumplen con la seguridad interna del penal. Allí tienen una hornilla que sirve de cocina, cavas con hielo, cestas de ropa, tobos y algunas sillas. Todo está amontonado. Si uno o dos se levantan, los otros deben mantenerse sentados para no tropezar. En el cuarto tienen varias literas y un aire tipo Split.
También en el área administrativa, exactamente en lo que debe ser el salón de conferencias, están recluidos 11 de los funcionarios del Cuerpo de Investigaciones Científicas, Penales y Criminalísticas acusados e imputados por el Ministerio Público como responsables de la muerte de la hija del cónsul de Chile, Karen Berendique.
Están acompañados por George Vargas, el vigilante, privado de libertad por el robo de más de 10 instituciones financieras. Entre las más recientes la sede de Fondocomún, ubicada en la calle 72 de Maracaibo, el pasado 21 de noviembre.
“Lo metieron en esta área porque es un reo evadido de la cárcel de Yare 1 y todos los días amenazaba con fugarse del retén. Siempre hacía las respectivas mediciones para concretar su plan de evasión”, dijeron voceros del centro.
“El Marite”, inaugurado hace 24 años, en el gobierno de Omar Barboza, era una infraestructura penal diseñada para ser el retén modelo de Latinoamérica. “Tenía hasta hilo musical para facilitar las comunicaciones internas”, recuerda el viejo empleado del centro.
La miseria de este penal de arrestos preventivos no sólo está en los patios. Los 24 reclusos que permanecen en la cancha duermen en las escaleras. En una letrina, pegaron con cemento una poceta y la resguardan con un toldo.
“Forman parte de los reos que fueron rechazados en los diversos pabellones. El grupo es diverso. Hay abogados, ingenieros y conferencistas. Hay un hombre, que pasa el día acostado con un yeso en el cuerpo por una fractura de fémur, y también hay un joven con VIH y otro con tendencia homosexual”, comenta una de las jefas de régimen.
Están preocupados porque deben desalojar el área y les toca someterse a la ley de los “comandantes”. La mayoría alega que cayó preso por equivocación.
“Estoy aquí por una historia que me inventaron. Me señalan de haber violado a alguien”, dice, desviando el tema y la mirada, un interno que asegura tener tres profesiones.
Los violadores son los más rechazados socialmente. Ni los mismos reclusos que caen por homicidio, droga, secuestro o extorsión los quieren. Es por ello que la gran mayoría de los abusadores sexuales los aislan en el Búnker. Allí también tienen un jefe.
“Es una forma de garantizarles la vida. Aquí trajeron a los violadores del autobús de La Concepción y todos los presos querían matarlos. Cuando los sacaban a las presentaciones, al menos a ‘Miguelón’, hasta las mujeres detenidas se le iban encima para pegarle”, comenta una celadora.
Ellos, los que están procesados por abuso sexual, cada día se las ingenian para encerrarse aún más. “No les conviene tener contacto con el resto de la población privada de libertad”, continúa la empleada.
Sin embargo, no escapan de la violencia. En un intento por tumbar al jefe, cuatro reclusos resultaron heridos, en abril del año pasado. Se enfrentaron con armas blancas y fueron llevados hasta el Hospital Universitario de Maracaibo.
“Ese suceso dio paso a una revisión en la que se incautaron una escopeta calibre 12 milímetros, una pistola 9 milímetros, un cargador de pistola 7.65 con dos cartuchos percutidos y siete envoltorios de presunta marihuana”, mencionaron las autoridades.
Cerca de estos reos están las mujeres detenidas. Cuando se abren las rejas del pabellón A las moscas levantan sus vuelos para dar la bienvenida a escenas de drama. “Una madre y su hija están presas por un mismo delito. Creo que cayeron por droga”, dice una trabajadora del recinto.
En un análisis superficial comenta: “Da dolor que dos mujeres de una misma familia estén en las mismas condiciones. Eso deja ver la pérdida de valores que hay en la sociedad. Te puedes imaginar cómo funciona ese hogar, quién atiende a los hijos y otros parientes de estas dos mujeres. A ellas poco las visitan”, asegura.
“Encontramos un desorden. Todos van a ser reubicados y vamos a rescatar las áreas comunes —interviene Meira Guerrero—. Con respecto a los destituidos de la policía científica pronto serán trasladados, debido a que su causa fue radicada en la capital. Vamos a poner cada cosa en su lugar”.
La directora cuestionó que siendo éste un centro de arrestos preventivos, hay 27 privados de libertad que tienen una condena definitiva y firme. “Estamos investigando esta irregularidad. No sabemos porqué no han sido trasladados a la cárcel. Estamos ejerciendo presión para que el Juzgado ordene la boleta de traslado. Necesitamos descongestionar”, asegura.
La socióloga, con especialidad en criminología y con una vasta experiencia en el área de penales, señala que uno de los problemas más graves que enfrenta el recinto es la sobrepoblación.
“En este momento hay 1.353 privados de libertad y la capacidad máxima de albergue es de 700 personas. Estamos hablando de un hacinamiento que representa el 600%”, precisa la directora.
Explicó que la población está distribuida en tres pabellones y en “otras áreas”. “El pabellón A alberga a 118 mujeres y 53 funcionarios públicos que han sido destituidos por la comisión de algún delito; en el B hay 322 internos; y en el C —delimitado por el mismo espacio de los anteriores— hay 625 detenidos”.
Existe un espacio de aislamiento improvisado por los mismos reclusos dentro del pabellón A. “Se trata del llamado Búnker. En este se encuentran 178 internos, que en su mayoría son procesados por violencia sexual y de género”, explica Guerrero.
Hay otros lugares del centro de arrestos, que para el momento de su creación no fueron concebidos para la reclusión.
“Hablamos de la cancha donde se encuentran instalados 24 presos, de la cuadra (un sitio destinado para los policías que cumplen con la seguridad interna) en el que están 14 privados y del salón de conferencias, un área administrativa con puertas de máxima seguridad, donde están recluidos los cicpc procesados por el caso Berendique y el vigilante que robó más de 10 instituciones financieras. En una parte de la estructura, más pequeña, está el piloto de autos, José Miguel Coletta, acusado como autor intelectual del crimen de Keilly Carbonó. Hay otros en el área de ingreso”, explica Meira Guerrero.
Pero la crisis de este retén no se limita al hacinamiento, al retardo procesal o al dominio que ejerce el “pranato”. Se extiende hasta las presuntas evasiones. Desde 2009 se han registrado, al menos, 21 fugas. “El que se llenaba era el anterior director —denunció un interno— Hasta el año pasado fugarse costaba entre 100 mil y un millón de bolívares dependiendo del delito y de quienes querían ver al imputado preso”.
Según fuentes internas los montos de procesados por crímenes de connotación ascienden a sumas grandes. “Enedixo Urdaneta, el expolimaracaibo implicado en el secuestro y muerte de los esposos Di Pietro, pagó 700 mil bolívares en dólares. Los cuatro narcotraficantes, entre los que habían efectivos castrenses, dieron 300 mil, ‘Chicho Moto’ y sus compinches pagaron 200 mil”, dijo el informante.
“Es mentira que esta gente salió del recinto trepando paredes o por el techo de la cancha como dijeron las autoridades en ese momento, de aquí salieron todos por la puerta grande. A Urdaneta, que estaba en el pabellón A, le pusieron el sello de visitante y salió de lo más normal el pasado 24 de julio”, agrega.
La indignación contra el antiguo director del retén generó una situación de violencia entre los reclusos. Varios reclusos manifestaron sentirse mal y cuando los llevaron a la enfermería del centro, esperaron que llegara y abrieron fuego contra él.
“Todos los días hay plomo. La tensión es a partir de las 5:00 de la tarde. Hace tres semanas una bala perforó el zinc de mi casa e impactó en la cama en la que dormía junto con mi esposa. Estamos vivos por la misericordia de Dios”, reflexiona un reservista del “12 de Marzo”.
Para las nuevas autoridades de los centros de arrestos preventivos del Zulia, el 2013 inicia con una serie de retos: reducir el hacinamiento depurar a oficiales y custodios corruptos y acelerar la instalación de inhibidores telefónicos para bloquear las llamadas extorsivas.
A la nueva gerencia le corresponde combatir las mafias internas dentro de los pabellones, desde donde se planifican secuestros, extorsiones y sicariatos, en complicidad con algunos funcionarios policiales, que incluso permiten acceso de armas y droga.
El infierno que se vive dentro del retén traspasa, con frecuencia, los barrotes de la edificación. La violencia no da tregua a los residentes de Mi Esperanza, 12 de Marzo, Zulia y El Modelo, los cuatro barrios que colindan con las 10 hectáreas en las que se extiende el terreno.

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