Elaine Martins Alabando en el Presidio

jueves, 29 de noviembre de 2012

Relatos de cárcel: La Penitenciaría otra vez


La información de estos días de diversos medios de prensa, señala que una nueva situación de violencia con resultado de muertos y heridos, ha ocurrido al interior del mayor centro penal del país ,la Penitenciaría de Santiago.
Se dice que todo ha sucedido en la calle o galería 6. Durante la dictadura militar me tocó estar en ese mismo lugar. Ser declarado reo, por lo tanto, recibir condena. Mi delito : defender derechos. Conocí directamente ese submundo de las cárceles.
La ” Peni…”, como le decían los reclusos, es uno de los penales más antiguos de Chile. Vetusto y laberíntico edificio, ladrillos por todos lados, paredes altísimas, rejas, galerías para albergar inicialmente a 80 o 100, pero ocupadas por 150 o 200. Eran…, son verdaderas cloacas que hacinan en total a miles de presidiarios. Creo que en esos años éramos 4500 los ” residentes… “.
La nueva riña entre las bandas que existen al interior y que informa la prensa, es cuestión de todos los días. Al interior se corre peligros de todo tipo…
Se trafica drogas, hay armas, bandas organizadas. Se piensa y se planifica por algunos la fuga de manera permanente. Otros asumen que estarán mucho tiempo o de por vida en el recinto y se resignan.
En aquel tiempo tomé razón… de que al estar en prisión al cabo de unos días, se olvida el mundo exterior, el llamado medio libre en jerga penitenciaria. Ya no recordaba calles de la ciudad, o puntos específicos. Sólo veía el cielo al amanecer, sin saber si tendría al día siguiente esa misma oportunidad…
Cada día …, a las 5 de la tarde – para mí la hora del vate Federico García Lorca -, había que hacer la formación de todos los ” habitantes ” de la galería ante la guardia de Gendarmería y contarse, por si había algún ausente… Los números tenían que cuadrar. Luego de esa hora venía el encierro en las celdas hasta el día siguiente. Mi lugar para conciliar el sueño… era en una pequeña pero muy alta ergástula. Recuerdo… que mi litera siempre quedaba enfrente de una ventanilla obturada por gruesos barrotes, por ella entraba algún aire, y también podía mirar un foco de otras galerías que alcanzaba a iluminar el patio de mi calle. Entonces era impresionante ver el brillo de color de arena del lomo de voraces guarenes, que en manadas entraban y salían de unos grandes tambores que acumulaban los desperdicios.
Conocí delincuentes, criminales, hombres que llevaban años viviendo el encierro. Entre ellos había cantantes, algunos que escribían y que me dieron sus creaciones que aún conservo. Reconozco que aún así de ellos recibimos más respeto que de otros…
También tengo memoria del fatídico motín, una tarde de octubre antes del encierro. Todo era siniestro en esos tiempos. Se dijo que era un motín y un intento de fuga. Luego un tiroteo por los efectivos del penal y de otros agentes que ingresaron y que dispararon por lo menos durante tres horas, se vivió una tensión que duró varios días. Nada se sabía y nada se supo del origen. Hubo algo así como 25 muertos y un centenar de heridos de bala. El ruido era de guerra. Se montó un escenario que tenía algunos propósitos…
En dos ocasiones, a los llamados ” prisioneros políticos “, rehenes de la dictadura, nos visitó el entonces Cardenal de la Iglesia Católica, Raúl Silva Henríquez, un hombre de principios y de alta moral. Siempre agradecí ese solidario gesto de su parte.
Han pasado algunos años. Las situaciones no cambian. El inhumano hacinamiento que viven en las prisiones los que han faltado a la sociedad que los castiga, no se condice con las mínimas siquiera condiciones de dignidad para esos deudores. Así, ni soñar con alguna posibilidad de rehabilitación. La evidencia es una cuestión más de fondo. El sistema imperante descompone al ser humano, lo desquicia, lo enloquece, lo perturba, lo enajena, lo enferma, lo mata.
La reflexión que he hecho durante años del caso particular del encierro y condena por los tribunales de “justicia” de entonces, es que la dictadura nos quiso degradar, humillar como personas. Pero…no éramos nosotros, los encarcelados, quienes violaban los derechos humanos, eran ellos…
Literalmente salí desde las aulas de un Instituto Superior donde ejercía docencia, a las mazmorras de la dictadura. Nada más que con lo puesto como se dice.
Hoy, por lo menos lo puedo contar…

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